lunes, 4 de diciembre de 2017

Diálogos mentales parte II: Cuando mis miedos salen a bailar

Y aquí estoy de vuelta, casi el mediodía y sigo sin poder desenredar mis cabellos y de paso mis ideas. A veces me observo tan ingenua y me río de mí misma. Pero vaya que soy una niña muy terca, demasiado terca y a veces obsesionada con resolver uno por uno los líos de esta cabeza aunque parezca ahogarme en el intento en mi propia sangre que solo huele a confusión. Y es que yo jamás he entendido cuando me dicen que suelo ahogarme en un vaso de agua. Es como si sonara a que soy mi propia enemiga y que mi más grande pasión es la de autosabotearme una y otra vez por el puro placer que me da luego tener que ponerme de pie a pesar del dolor y de las cicatrices acumuladas. Supongo que por un instante eso me hace sentir fuerte y al mismo tiempo humana y entonces todo parece poder justificarse y explicarse en tanto es más limitado de lo que parece, porque así me veo, como un ser limitado, un ser errante y por lo tanto, un ser que debería poder autoperdonarse una y otra vez. Pero no, lo que termina por suceder es todo lo contrario. Qué manía la mía de poner el dedo sobre mis propias yagas, de no dejarlas sanar, de no querer verlas cicatrizar. 
Alguna vez oí de alguien que no recuerdo bien que sentir dolor, sangrar, llorar, confirmaba que estábamos vivos. Y sin embargo yo siempre sentí que esa forma de comprobar nuestra existencia y nuestra permanencia en este mundo era bastante engañosa porque siempre significaba estar al borde de todo lo contrario, caminar sobre una ligera cuerda intentando llegar con vida hacia el otro lado, jugando al mismo tiempo con la muerte. ¿Entonces queremos estar realmente vivos o acaso aquella conducta repetitiva de retar a la muerte indica todo lo opuesto a lo que somos capaces de decir con nuestras palabras? 
Inmediatamente una palabra se dibuja en mi mente: T-A-B-Ú.
Si nos atreviésemos a decir todo aquello que cruza por nuestra mente sin filtro alguno quizás convivir en este mundo sería una especie de misión imposible y andaríamos desesperados por desaparecer del mismo. ¿Cuán tolerantes podríamos llegar a ser con lo que los otros libremente nos dirían? ¿Cuán tolerantes podríamos ser sobre todo con nuestra propia mente y  con las voces que en ella insisten en hacerse escuchar?
Quizás en este punto no vayan a entender ni la mitad de lo que intento decir y para ser sincera no intento decir gran cosa. Sé que finalmente algo estoy diciendo, pero honestamente no sé qué es, me encuentro en piloto automático y al mismo tiempo intento librarme de todos los filtros que he interiorizado....pero qué difícil. Qué difícil es volar luego de no haberlo hecho durante mucho tiempo o quizás nunca. Qué difícil volar a pesar de que la puerta de la jaula se encuentre abierta o de que la jaula ya no exista. Salir de esa zona de confort, dejar atrás aquello que conocemos, aquello a lo que nos hemos acostumbrado por juicio propio o quizás por simple resignación. Qué difícil volvernos agentes de nuestra propia libertad. En el fondo, de alguna u otra forma siento que todos somos prisioneros. Prisioneros de algo, de alguien, de algún lugar o situación. Y al mismo tiempo pasamos el tiempo intentando camuflar lo que somos, afirmándonos en palabras como seres libres, pero en el fondo somos incapaces de volar, hemos aprendido a no usar nuestras alas, a sentir miedo, a autosabotearnos ante el primer impulso espontáneo por alzar vuelo. 
Empiezo a darme cuenta en este ejercicio de mirar mis propios vacíos y carencias que tengo frente a mí todas las herramientas para lanzarme a volar y sin embargo, insisto en abrazar mis miedos. ¿Saben qué es lo gracioso? Que aún no puedo ponerle nombre a estos "miedos". ¿Miedo de qué o de quién? 
¿Del tiempo? ¿Del pasado, del futuro, del presente? ¿De la soledad? ¿De sentirme sola estando efectivamente sola o de sentirme sola estando rodeada de rostros que no termino de reconocer? ¿De sentirme vacía? ¿Y es que acaso es posible llenarse con algo en tiempos como estos?
Siento que solo me lleno de preguntas, de dudas, de temores; y con ello siento el peso encima de una serie de asuntos por resolver sin tener clave alguna de cómo resolverlos.
Pienso en mi pasado y al mismo tiempo veo cómo este jala mi presente e insiste en permanecer aún en mi futuro. Disculpen... no es que él insista como si yo fuera un ser inmóvil, soy yo la que insiste en no soltar. 
Mierda. Sí, mierda. Más difícil de lo que esperaba. 
Estuve muy llena de discursos y de conceptos, pero jamás me di un tiempo para ver más allá, para mirarme a los ojos y ver lo que soy. Y es aquí cuando me golpeo a mí misma con el látigo de la culpa y encuentro súper complicado todo ese camino de amarme tal y como soy. ¿Cómo hacerlo si no logro definir lo que soy?
Soy un ser lleno de sentimientos a flor de piel, soy un ser aturdido y perdido, soy una niña que solo quiere refugiarse en algún lugar calientito donde nadie me perturbe, soy solo una mochila llena de miedos y al mismo tiempo de posibilidades de vencer los mismos. Cargo en mi espalda las armas con las cuales podría destruirme a mí misma pero al mismo tiempo una serie de herramientas y medicamentos con los que podría curar de mí y volver a comenzar.
Al parecer todo se reduce a nosotros. Todo se reduce a lo que somos capaces de decidir por nosotros mismos, a cuán capaces podríamos ser de alcanzar un equilibrio entre nuestra mente y nuestro corazón. 
¿Cómo obtener la fuerza para decir lo que hace algún tiempo mi corazón intuye? ¿Cómo obtener la fuerza para soltar aquello que fue mi vicio pero que ahora no me llena más? ¿Cómo aceptar que todo aquello murió sin que yo me diera cuenta? ¿Cómo salir del luto y finalmente abrirse a construir un camino diferente de aquel que yo dibujé en mi mente pero que nunca tuve la oportunidad de recorrer en su totalidad porque la vida me tenía preparado algo distinto? 
Aceptar y soltar. Dos cosas que implican aprender a dialogar con uno mismo. Y es que somos sordos por elección en cierto sentido. Escogemos no oírnos, escogemos ignorar nuestra propia voz, escogemos rodearnos de rostros que nos resultarán siempre desconocidos en vez de rodearnos de nosotros mismos. Cuánto miedo sentimos ¿verdad? Creo que en este punto encuentro una primera clave sobre aquello que nos da miedo. 
Tenemos miedo de nosotros mismos.

miércoles, 8 de noviembre de 2017

He vuelto a escribir un poema, aquí lo comparto.
¿Los motivos? ¿Se necesita alguno en particular? 
Si es así, lo volveré a decir: Nudos mentales.


Mi Jaula

Café instantáneo.
Cielo grisáceo de ocho grados.
Un París atemporal.
Se siente como volando, se siente como fumando…
No comprendo cómo jugar.
Suelto la cuerda. Uno, dos. Uno, dos.
¿Tres?
Me da miedo contar.
Y mido mis pasos temerosos, escapo de mi propia sombra,
A veces me dejo abrazar por mi oscuridad.
Otras no tanto.
Y corro pero inmóvil. Mi mente se enreda nuevamente.
Nudos mentales.
Tu boca y el tabaco. Sutil adicción.
Camuflaje.
Peligro.
Por ratos solo quiero naufragar…
En tu saliva
En tu sudor
En la sangre que bombea tu corazón.
Bendita sea tu anatomía
Y bendita mi curiosidad…
Jugamos sin definir bien nuestros roles,
Una función y un escenario hecho para dos…
Una danza silenciosa, unas cuantas manchas color rosa
Sobre tu cuello y el edredón.
Me deslizo.
Arriba y abajo.
Cada vez más ligera.
No me lo expliques, no te lo expliques.
No hay necesidad.
Déjame desnuda un ratito más.
Me siento un poco más libre.
Puedo finalmente respirar…

He abierto mi jaula, te invito a pasar.



miércoles, 11 de octubre de 2017

Diálogos mentales parte I: ¡Respira, niña, respira!

Ser parte de algo...
Tenía mucho miedo de un día darme cuenta que no era parte de algo. No sabía qué era exactamente, pero estaba obsesionada con el simple hecho de sentirme "parte de". Quería ser una pieza de algún rompecabezas o el complemento de alguien más, quería sentir que había alguien en el mundo necesitando de mí, quería sentirme un elemento dentro de un todo más grande. Quería estar ahí porque estarlo significaba para mí que existía para otros, que podían verme, que podían sentirme, que podían oírme...aunque en realidad no fuera tanto así.
Esta obsesión me ha llevado a aferrarme y a sentir dolor cuando sabía que debía renunciar. No estoy acostumbrada a renunciar, lo sentía como una perdida, como un fracaso y no fui educada para reconocer algo así como parte de mi vida, no fui preparada para fracasar ni para tocar fondo, no fui preparada para fallar sin culparme a mí misma por hacerlo, no fui educada para sentirme humana.
Tercamente me fui encerrando en mi propia mente como si fuera una adicción y fui negándome a ver que aquello que tanto me resistía a soltar no era una pérdida real, sino la posibilidad de encontrar algo más, de ganar mucho más de lo que esperaba...No me gustaba pensar en posibilidades, yo vivía anclada en esta manía por buscar certezas y entonces me dediqué a escapar de la posibilidad de conocer a alguien a quien evadí una y otra vez pero que siempre estuvo ahí: yo. Y al tratarse de una posibilidad, una que dependía solo de mí, sentí una presión encima que constantemente quise hacer a un lado, volviendo una y otra vez a aquellas cosas que sabía que no quería en mi vida, a personas que sabía que no me hacían bien. No porque fueran buenas o malas, porque entiendo ahora que la gente no es completamente buena ni completamente mala y que ver la vida en polos radicalmente opuestos puede ser peligroso, sino porque yo necesitaba algo diferente y ellos también, y sobre todo, porque antes que otros me hicieran bien, se trataba de que yo supiera hacerlo conmigo misma.
Es bien complejo...y cuando me decían que me diera un tiempo para mí o cuando cada persona a mi alrededor me daba algún consejo, yo solo me quedaba con un gran signo de interrogación en mi cabeza, absorbida por la duda de no saber qué significaba eso.
¿Qué significaba darme un tiempo para estar conmigo misma? ¿Cómo diablos se hace eso?
Comencé a sentir ansiedad. Y una pregunta revenía constantemente a mi mente: ¿Quién soy?
Empecé a sentir que me mareaba en un mar de interrogantes y yo no sabía nadar sobre ellas. Sentía que las olas de dudas y preguntas sin resolver me jalaban consigo y me arrastraban violentamente una y otra vez. De pronto, cuando al fin conseguía asomar mi cabeza fuera del agua para tomar algo de aire, me di cuenta que no sabía cómo hacerlo. ¡Imagínense, no sabía cómo respirar!
Algo tan básico para todos y yo no sabía cómo hacerlo conscientemente. Todo lo hacía en modo automático y al tratar de pensar en el acto mismo de respirar, me sentí perdida, frustrada, impotente. ¿Cómo hacer algo que es tan básico para que yo viva?

miércoles, 30 de agosto de 2017

Electricidad

Amarte era como meter los dedos en el enchufe. Y yo lo hice una y otra vez y descubrí que el dolor y el placer se encuentran separados por una frontera muy fina y difusa.
Me di cuenta que podía en cuestión de segundos saltar de un lado a otro y caer en cada ida y vuelta un poco más en la adicción. De pronto me volví adicta y ya no entendía la diferencia entre lo que me destruía y lo que me hacía bien, a veces me preguntaba si algo en esta vida podría llegar a hacerme "bien".
Toqué fondo el día en que al contemplar las cicatrices sobre las yemas de mis dedos me dije a mí misma "quizás esto es lo que me tocaba, quizás esto es lo que estaba reservado para mí". Sentí asco pero también sentí pena. Guardé silencio, pasé varias noches contemplando mis cicatrices y heridas y llorando por ellas, no dolía la herida en sí misma, dolía el saber que fui yo quien se la hizo una y otra vez. Sentí compasión. Sentí compasión por mí.
Veo esta foto y las luces de los autos corriendo a toda velocidad sobre la autopista me recuerdan aquella explosión de adrenalina que me daba recaer (en ti).
Sin embargo, tomé esta foto desde arriba, lejos del escenario en donde todo sucede.

Estoy lejos, yo solo observo, cada minuto aprendo algo nuevo: estoy mejor aquí, estoy mejor así, estoy mejor sin ti.





lunes, 21 de agosto de 2017

La historia.

Te prometí que escribiría alguna vez nuestra historia pero la verdad es que nunca supe el momento exacto en que habría de hacerlo.
Una parte mía tenía la esperanza (aunque resquebrajada y maltrecha) de hacerlo en el instante mismo en que me encontrara sentada en la terraza de la casa que había imaginado tener contigo junto al mar mientras te veía jugar  con un par de niños de risos oscuros, piel canela como la mía, ojos azules como los tuyos, correteando de un lado a otro y lanzándose arena. Aquellos niños que había imaginado con amor algún día tener y llamarlos nuestros, que solo generarían felicidad y dicha en ambos al saber de su llegada.
Lo imaginé exactamente todo, cada detalle al milímetro y me permití soñar más de la cuenta, con una fuerza interna que jamás había sentido , tratando de convencerme de que eras tú la persona indicada, que serías tú mi compañero por siempre.
Y sin embargo aquí estoy, escribiendo esto recostada en una cama de una plaza, al otro lado del océano, lejos, muy lejos de ti. Escribo nuestra historia para dejar de llamarla "nuestra" porque mi alma no puede más, yo no puedo más, me he perdido en todo esto y quizás ese fue mi peor error: permitir que ello sucediera.

Yo quería escribir una historia de aquellas que tienen un final feliz pero en el camino me fui dando cuenta que alargar la trama no cambiaría el desenlace, este se anunciaba cada segundo y yo me volvía cada vez más y más pequeña frente a él. Quise aferrarme y abrazar con todo mi cuerpo los recuerdos que mi mente fue seleccionando uno tras uno, dejando atrás aquellos otros que me habrían permitido tener una visión completa de lo que éramos y de lo que nunca fuimos.

Te he mentido, es cierto. Y me he mentido también. Te mentí cuando dije la última vez que eras el amor de mi vida. Contigo he saboreado de cerca la muerte y por un momento quise entregarme completamente a ella esperando a que en algún instante me salvaras. En el fondo sabía que jamás lo harías. Y aún así me negué a aceptarlo, error mío, sí.

Pero ahora lo sé y duele, duele muchísimo, mucho más que la indiferencia con la que no nos dijimos adiós, mucho más que las promesas que fácilmente rompiste y el respeto que jamás me entregaste. Jamás estuviste para mí, jamás lo estarás. Debí saberlo desde el instante en que te negaste a quererme aún en mi oscuridad, en que me dejaste abandonada en una cama de hospital, en que volviste pidiendo perdón para luego negarlo todo una vez que me tuviste nuevamente en tus manos. Debí saberlo, pero no lo supe o quizás no quise saberlo.
Tú no eras para mí y no se trataba de que yo no te merecía, sino que tú no mereces que alguien te quiera como lo hice yo al punto de protegerte a ti antes que a mí, al punto de destruirme y ser mi propia enemiga en el proceso de complacerte. 
Nadie merece un amor así, eso no es amor, sino esclavitud y tú cortaste mis alas, me las robaste para volar tú mismo con ellas y dejarme encerrada en esta jaula esperando tu retorno. Tú no volverías y yo tampoco.
Y entonces hoy decidí que no quería más de todo eso que resultó ser nada. Decidí que no podía seguir mendigando amor, me vi enferma y débil y sentí compasión por mí misma. No serías tú el que me salvaría, sino que habría de ser yo misma. Comprendí que tú solo estabas ahí para lanzarme un ancla y saborear con ello tu victoria. Esta era tu guerra, pero yo decido estar fuera de ella.

Es cierto, cuando creí estar en la cima solo pude observar desde arriba el abismo y salté hacia él esperando encontrarte al final del mismo. Hoy no hay nadie, no hay absolutamente nada y simplemente caí. Permanecí sobre el suelo sin poder moverme, paralizada frente a todo y es verdad que lo sigo estando pero desde aquí abajo tengo una visión más clara del cielo y vuelvo a contemplarlo y a desear elevarme hacia este, volar más allá de él.  Contemplo el cielo y aunque lo observo lejano me vuelvo a contagiar de las ganas de llegar a él, mi mente se despierta y me habla, me dice que en algún momento lograré ponerme de pie, confiar en mí misma nuevamente, sanar estas heridas.

Esta es la historia que prometí escribirte algún día, la historia de cómo un día me dolió tanto que se me quebró el corazón y decidí abrirme un camino diferente al tuyo. Esta es la historia de cómo me rompiste y decidí reconstruirme. Aquí estoy, soy un ser roto, pero aunque separadas, mis piezas siguen ahí y con ello la posibilidad de que aquellas cicatrices se vuelvan pronto marcas de las batallas ganadas, de las lecciones aprendidas.

Si debo pedir perdón por algo es por haberme abandonado tanto tiempo. Lo siento. Me pido perdón a mí misma por no haberme dado el amor que soñé que algún día tú me darías.
Me pido perdón por haber deseado tantas veces que me tragara el mundo y haber valorado tan poco mi vida, por haberme encontrado desnuda tantas veces en una bañera ansiando un abrazo que jamás llegaría y que finalmente yo misma pude haberme regalado.
Me pido perdón por haberlo tolerado todo y justificado todo, por haberme maltratado de esta forma y dejar que tú también lo hicieras, por haberme culpado de que lo hicieras, por haberte justificado, por haber tratado de borrar de mi memoria aquellos episodios de humillaciones, golpes y dolor.
Me pido perdón por todas las veces que tuve que maquillar algún moretón sobre mi piel y consolarme con sexo barato de reconciliación, por haberme arrepentido de aquella vez en que tuve la fuerza de decir lo que eras al mundo: un monstruo. 
Me pido perdón por no haberme dado la oportunidad de sanar, de soltar, de curarme por miedo a fracasar y defraudar a todos sin darme cuenta que mi único fracaso era el convertirme en un ser tan miserable como lo fui mientras aguanté cada una de tus mentiras , humillaciones, argumentos y promesas falsas de cambios.
Me pido perdón por haber creído que merecía todo eso y por haberme juzgado de forma tan dura, por haber tratado de controlarlo todo cuando en verdad ya no podía sostener toda esa mierda en mis manos, no podía sostener más tiempo esa mentira en la que tú eras el héroe y yo la villana frente a los ojos de todos.

Hoy te dejo. Sí, te dejo yo y dejo aquí la esperanza de escribir una historia con un final feliz en el que hubiera un "nosotros". Nunca lo hubo, nunca lo habrá y es mejor así.
Hoy me moría de miedo de decirte que no te quería más en mi vida, pero comprendo que siempre tememos a los cambios sin saber que es en ellos donde residen las oportunidades que nos da la vida para salir de aquellos laberintos que a veces tejemos nosotros mismos. Tú eras ese laberinto y hoy decidí salir de ahí.
Te dejo, cierro este capitulo con una nueva esperanza, la de sanar y ser la de antes porque me extraño como no tienes idea.
Me extraño hoy a mí misma, voy en busca de aquella sonrisa que alguna vez me robaste, del brillo en mis ojos que poco a poco transformaste en miedo, de aquellos sueños que me obligaste a guardar en una cajita debajo de mi cama por tus inseguridades y tu miedo a ser menos que yo.
No me arrepiento de nada. Gracias a ti ahora sé lo que no quiero. Estoy lista para abrazar mi propia oscuridad y curar mis heridas, estoy lista para ser mi propia salvadora. Hoy he decidido darme una oportunidad.

lunes, 10 de abril de 2017

Lima, yo a ti no vuelvo más?


Lima. 
La ciudad donde nací, la del aire inexistente, la de la humedad que llega a calar hasta los huesos, la de las lucecitas de colores que marean al correr rápidamente en cuatro ruedas sobre la Via expresa, la del olor a malecón y a cigarrillos Marlboro, la proveedora de orgasmos en nuestros paladares, la del cielo gris que encierra una eterna ambigüedad.
Pienso en Lima y pienso en mí. Pienso en el lugar que aprendí a querer como mi hogar pero en el cual nunca me sentí como tal. Este sentimiento de amor y odio, esta mezcla de sensaciones en mi estomago que me exigen beberme otra cerveza heladita y dejar todo pasar. 
Porque todo pasa y yo me encuentro paralizada viendo como se aleja de mí o quizás como se acerca hacia mí. Yo continúo sentada, los brazos cruzados, inamovible, inexpresiva. Si algo ha de venir, pues que venga de una vez ¿Podría doler algo más que todo lo que ya dolió en mí?
Y descubro de a pocos que sí. Cuando pienso que no puede haber más y me encuentro tendida sobre mi cama mirando hacia la nada que se condensa en el techo de mi habitación, algo más viene y me inyecta una dosis más...como diciéndome que estoy viva, como diciéndome que si duele es porque lo estoy. Pero estoy harta de que estar viva signifique sentir dolor.
Estas ganas de vomitar, este nudo en la garganta y en el estomago, las náuseas, la tensión, la ansiedad que siento y que mi psicóloga dijo que no era tal, pero que en mi cabeza me ataca y me exige llamarla así....todo esto me recuerda las mil batallas que he luchado desarmada, me recuerda las cicatrices acumuladas y que de rato en rato maquillo para ocultar, para disimular su gravedad. Me recuerda los instantes de sumergir mi cuerpo en una bañera, de abrazarme a mi misma en posición fetal, de saborear la sal de mis lágrimas, de mirar mi cuerpo desnudo y gritarme que a nadie le importa, que a nadie le importa nada y que esa parecía ser la nueva premisa para entenderlo todo, esa es la clave para hacer funcionar este sistema.
¿Soy parte de él o soy una rehén dentro de él? ¿O quizás también contribuyo a crearlo? ¿O me encuentro al margen? Esta sensación de no saber dónde estoy. No importa cuántos mapas, cuántas brújulas, cuántos rostros "conocidos" encuentre a mi alrededor...no sé dónde estoy.
Y eso también duele, una cuota más, una dosis más que pareciera envenenarme pero jamás llega a ser suficiente, la sobredosis no se alcanza y esto pareciera no tener un fin, mi pecho sigue respirando todo ese aire que siento pesado, pero lo hace de modo automático. 
Mis labios siguen besando, siguen entregando placer sin que este llegue a mí, sin que este repose un instante en mí. Mi cuerpo anómico se desplaza, gira, se aleja, se acerca, se quiebra, se recompone...Piloto automático. Besar, gritar, lamer, respirar, agitarse, subir, bajar, detenerse, continuar, avanzar, parar. Todo programado, una función, un botón...dónde mierda se encuentra el corazón?
¿Donde se encuentra tu corazón? ¿Acaso quizás al lado del mío?
Miro el cielo despejado de Lima, me parece raro, no termina de convencerme de su actual estado. Ese temor de volver a verlo gris me invade. En cualquier momento, cuando menos lo espere, Lima volverá a su estado natural. Como tú, como yo. 
Somos ese cielo de Lima. Engañoso, naturalmente gris. Somos esa atmósfera absurdamente nostálgica de esta ciudad, somos la cajita de recuerdos sin recuerdos dentro de ella, con fotografías de rostros difusos, de lugares que no recordamos, de sensaciones que se pierden en la inmediatez de los estímulos fisiológicos y que se rehúsan a encontrar un hogar en los bosques de nuestras mentes.
Somos dos corazones separados pero vinculados por un hilo transparente, una venita incolora que lleva dentro de ella dosis altas de dolor, de pasión, de pecado, de traición. Dos corazones separados pero juntos, resultado de la ambigüedad como piedra base de todo lo que somos, de todo lo que al mismo tiempo no somos. 
Eres mi limbo, eres mi eterna angustia, mi instante en la bañera, mi taza de café a solas frente  a la ventana, las mil casas construidas en ciudades imaginarias donde nunca pudimos vivir. Eres el hijo que no tuve, eres el bouquet de flores que no lancé, eres esa carta que jamás recibí pero cuyo contenido viví imaginando, eres esa visita que jamás recibí, ese abrazo de consuelo que me negaste.
Eres mi vientre sangrando, eres mi pecho retraído, eres el orgasmo más largo e infinito, eres esa sensación de vacío al despertar sola nuevamente por la mañana. Eres mi incapacidad para decir no, eres la condensación de todo aquello contra lo cual luché, eres mis luchas reprimidas, eres mi más profunda y silenciosa debilidad, eres mi ilícito placer, eres mi ilícito dolor. 
Ambiguo, contrario, distante, imposible, eres todo eso. Eso somos, eso es Lima. 
La ciudad que me cura, la ciudad que me enferma, la ciudad que me abraza, la ciudad que me rechaza. La ciudad que acumula cada uno de los amores fallidos y desilusiones de una noche, los mundos que construí en un beso, los otros tantos que destruí con un mediocre orgasmo.  
La ciudad que acaricia mis pecados, todo aquello que hice pero que me dijeron que jamás debí hacer, la ciudad que guarda una lista de los rostros que he decepcionado y en la cual yace mi fotografía encabezando el primer lugar. 
La ciudad que me representa y a donde no quiero volver, porque hacerlo significa encontrarme conmigo misma...tal y como soy, tal y como no quiero ser, tal y como no quieren que sea. Qué duro, qué difícil, soy adicta a contradecirme, a ir en contra de mi voluntad. 
Lima, yo a ti no vuelvo más.




lunes, 6 de marzo de 2017

El Hospital

Henry Ford Hospital (La cama volando). Frida Kahlo, 1932.


Viernes 9 de diciembre de 2016.


No sé cómo llegué aquí pero el olor me espanta y no logro ver nada, apenas un ligero rayo de luz de un farol palpitante logra colarse a través de un pequeño agujero de la persiana que me impone su oscuridad haciéndome perder la noción del tiempo, la noción de todo, aquella persiana que marca una frontera...allá afuera la realidad, aquí adentro el tiempo paralizado, mis temores condensados, rostros desconocidos, laberintos mentales que poco a poco me devoran... Comienzo a desesperar.
¿Dónde mierda estás? 
Imagino tu rostro. Te imagino cobarde. Giro en esta cama de una plaza y media tratando de encontrar algún rinconcito que se sienta mío. Todo es ajeno, esta mierda es ajena a mí ¿En qué cabeza cabe tanta crueldad? No comprendo, muerdo mis labios y sangro...Estoy viva al parecer...pero esto ya dejó de ser vida hace tiempo. 
Mi vida se quedó flotando en esa bañera, mi vida se esconde en el agua turbia, mi vida comienza a deslizarse a través de las cañerías y regresa a esa nada que creí desconocida pero que comienzo a experimentar.
No siento nada. Vacío que no puedo llenar. Vacío que se expande hasta hacerme sentir nada, hasta hacerme sentir que yo soy nada. Y de esa forma, sintiéndome nada, lo quería todo. Renegando de mi naturaleza, aferrándome a mi eterna contradicción, caminando sobre un suelo antagonista...quise tomarlo todo con mis manos y ese todo lo basé en ti.
No pensé que sería tan caro. No pensé que terminaría pagando este precio. ¿Por qué me dejaste aquí? Me desplazo en este pasillo inmenso y no reconozco a nadie, todos me miran pero realmente no lo están haciendo...hace tiempo nadie lo hace, solo soy una historia clínica más...un caso a observar, una lista de pastillas y medicamentos para dormir. 
Observo aquellos rostros y me pregunto qué historias tienen por contar y cuánto dolor en ellas...Jamás me sentí tan miserable, tan desorientada, tan incapaz. He tocado fondo tratando de obtenerlo todo, toqué fondo porque en ese intento terminé vacía...He tocado fondo y no sé si quiero salir de aquí, no sé si puedo realmente salir de aquí.
Anduve buscando mi lugar en este mundo. Anduve tratando de hacerme un hogarcito en algún lado de esta ciudad. ¿Acaso finalmente estoy en donde me tocaba estar todo este tiempo? ¿Acaso esta clínica psiquiátrica es mi lugar?
Me siento fuera de sitio e intento pensar si realmente tengo uno...No lo tengo. Quise hacerme un sitio en tu cama, en la curva de tu antebrazo al dormir, en tu paladar al saborear mis besos cada mañana, en las palmas de tus manos secas que observé con atención durante horas tratando de encontrar un mapa que me guiara, que me planteara un horizonte hacia el cual andar. Y no tengo nada más que la boca deshidratada por estos medicamentos y la ausencia de ti, no tengo nada más que una pijama desechable que cubre mi cuerpo, no tengo nada más que la mirada perdida, desorientada, muerta. Soy un cadaver, me observo frente al espejo y eso es lo que veo. Me aprecio y me desprecio. Me aprecio y te desprecio.



Escrito el 9 de diciembre, en una hoja de papel que pedí a un enfermero al abrir los ojos a la mañana siguiente luego de haber sido internada la noche anterior en un hospital psiquiátrico en París sin consentimiento.