lunes, 10 de abril de 2017

Lima, yo a ti no vuelvo más?


Lima. 
La ciudad donde nací, la del aire inexistente, la de la humedad que llega a calar hasta los huesos, la de las lucecitas de colores que marean al correr rápidamente en cuatro ruedas sobre la Via expresa, la del olor a malecón y a cigarrillos Marlboro, la proveedora de orgasmos en nuestros paladares, la del cielo gris que encierra una eterna ambigüedad.
Pienso en Lima y pienso en mí. Pienso en el lugar que aprendí a querer como mi hogar pero en el cual nunca me sentí como tal. Este sentimiento de amor y odio, esta mezcla de sensaciones en mi estomago que me exigen beberme otra cerveza heladita y dejar todo pasar. 
Porque todo pasa y yo me encuentro paralizada viendo como se aleja de mí o quizás como se acerca hacia mí. Yo continúo sentada, los brazos cruzados, inamovible, inexpresiva. Si algo ha de venir, pues que venga de una vez ¿Podría doler algo más que todo lo que ya dolió en mí?
Y descubro de a pocos que sí. Cuando pienso que no puede haber más y me encuentro tendida sobre mi cama mirando hacia la nada que se condensa en el techo de mi habitación, algo más viene y me inyecta una dosis más...como diciéndome que estoy viva, como diciéndome que si duele es porque lo estoy. Pero estoy harta de que estar viva signifique sentir dolor.
Estas ganas de vomitar, este nudo en la garganta y en el estomago, las náuseas, la tensión, la ansiedad que siento y que mi psicóloga dijo que no era tal, pero que en mi cabeza me ataca y me exige llamarla así....todo esto me recuerda las mil batallas que he luchado desarmada, me recuerda las cicatrices acumuladas y que de rato en rato maquillo para ocultar, para disimular su gravedad. Me recuerda los instantes de sumergir mi cuerpo en una bañera, de abrazarme a mi misma en posición fetal, de saborear la sal de mis lágrimas, de mirar mi cuerpo desnudo y gritarme que a nadie le importa, que a nadie le importa nada y que esa parecía ser la nueva premisa para entenderlo todo, esa es la clave para hacer funcionar este sistema.
¿Soy parte de él o soy una rehén dentro de él? ¿O quizás también contribuyo a crearlo? ¿O me encuentro al margen? Esta sensación de no saber dónde estoy. No importa cuántos mapas, cuántas brújulas, cuántos rostros "conocidos" encuentre a mi alrededor...no sé dónde estoy.
Y eso también duele, una cuota más, una dosis más que pareciera envenenarme pero jamás llega a ser suficiente, la sobredosis no se alcanza y esto pareciera no tener un fin, mi pecho sigue respirando todo ese aire que siento pesado, pero lo hace de modo automático. 
Mis labios siguen besando, siguen entregando placer sin que este llegue a mí, sin que este repose un instante en mí. Mi cuerpo anómico se desplaza, gira, se aleja, se acerca, se quiebra, se recompone...Piloto automático. Besar, gritar, lamer, respirar, agitarse, subir, bajar, detenerse, continuar, avanzar, parar. Todo programado, una función, un botón...dónde mierda se encuentra el corazón?
¿Donde se encuentra tu corazón? ¿Acaso quizás al lado del mío?
Miro el cielo despejado de Lima, me parece raro, no termina de convencerme de su actual estado. Ese temor de volver a verlo gris me invade. En cualquier momento, cuando menos lo espere, Lima volverá a su estado natural. Como tú, como yo. 
Somos ese cielo de Lima. Engañoso, naturalmente gris. Somos esa atmósfera absurdamente nostálgica de esta ciudad, somos la cajita de recuerdos sin recuerdos dentro de ella, con fotografías de rostros difusos, de lugares que no recordamos, de sensaciones que se pierden en la inmediatez de los estímulos fisiológicos y que se rehúsan a encontrar un hogar en los bosques de nuestras mentes.
Somos dos corazones separados pero vinculados por un hilo transparente, una venita incolora que lleva dentro de ella dosis altas de dolor, de pasión, de pecado, de traición. Dos corazones separados pero juntos, resultado de la ambigüedad como piedra base de todo lo que somos, de todo lo que al mismo tiempo no somos. 
Eres mi limbo, eres mi eterna angustia, mi instante en la bañera, mi taza de café a solas frente  a la ventana, las mil casas construidas en ciudades imaginarias donde nunca pudimos vivir. Eres el hijo que no tuve, eres el bouquet de flores que no lancé, eres esa carta que jamás recibí pero cuyo contenido viví imaginando, eres esa visita que jamás recibí, ese abrazo de consuelo que me negaste.
Eres mi vientre sangrando, eres mi pecho retraído, eres el orgasmo más largo e infinito, eres esa sensación de vacío al despertar sola nuevamente por la mañana. Eres mi incapacidad para decir no, eres la condensación de todo aquello contra lo cual luché, eres mis luchas reprimidas, eres mi más profunda y silenciosa debilidad, eres mi ilícito placer, eres mi ilícito dolor. 
Ambiguo, contrario, distante, imposible, eres todo eso. Eso somos, eso es Lima. 
La ciudad que me cura, la ciudad que me enferma, la ciudad que me abraza, la ciudad que me rechaza. La ciudad que acumula cada uno de los amores fallidos y desilusiones de una noche, los mundos que construí en un beso, los otros tantos que destruí con un mediocre orgasmo.  
La ciudad que acaricia mis pecados, todo aquello que hice pero que me dijeron que jamás debí hacer, la ciudad que guarda una lista de los rostros que he decepcionado y en la cual yace mi fotografía encabezando el primer lugar. 
La ciudad que me representa y a donde no quiero volver, porque hacerlo significa encontrarme conmigo misma...tal y como soy, tal y como no quiero ser, tal y como no quieren que sea. Qué duro, qué difícil, soy adicta a contradecirme, a ir en contra de mi voluntad. 
Lima, yo a ti no vuelvo más.