Y aquí estoy de vuelta, casi el mediodía y sigo sin poder desenredar mis cabellos y de paso mis ideas. A veces me observo tan ingenua y me río de mí misma. Pero vaya que soy una niña muy terca, demasiado terca y a veces obsesionada con resolver uno por uno los líos de esta cabeza aunque parezca ahogarme en el intento en mi propia sangre que solo huele a confusión. Y es que yo jamás he entendido cuando me dicen que suelo ahogarme en un vaso de agua. Es como si sonara a que soy mi propia enemiga y que mi más grande pasión es la de autosabotearme una y otra vez por el puro placer que me da luego tener que ponerme de pie a pesar del dolor y de las cicatrices acumuladas. Supongo que por un instante eso me hace sentir fuerte y al mismo tiempo humana y entonces todo parece poder justificarse y explicarse en tanto es más limitado de lo que parece, porque así me veo, como un ser limitado, un ser errante y por lo tanto, un ser que debería poder autoperdonarse una y otra vez. Pero no, lo que termina por suceder es todo lo contrario. Qué manía la mía de poner el dedo sobre mis propias yagas, de no dejarlas sanar, de no querer verlas cicatrizar.
Alguna vez oí de alguien que no recuerdo bien que sentir dolor, sangrar, llorar, confirmaba que estábamos vivos. Y sin embargo yo siempre sentí que esa forma de comprobar nuestra existencia y nuestra permanencia en este mundo era bastante engañosa porque siempre significaba estar al borde de todo lo contrario, caminar sobre una ligera cuerda intentando llegar con vida hacia el otro lado, jugando al mismo tiempo con la muerte. ¿Entonces queremos estar realmente vivos o acaso aquella conducta repetitiva de retar a la muerte indica todo lo opuesto a lo que somos capaces de decir con nuestras palabras?
Inmediatamente una palabra se dibuja en mi mente: T-A-B-Ú.
Si nos atreviésemos a decir todo aquello que cruza por nuestra mente sin filtro alguno quizás convivir en este mundo sería una especie de misión imposible y andaríamos desesperados por desaparecer del mismo. ¿Cuán tolerantes podríamos llegar a ser con lo que los otros libremente nos dirían? ¿Cuán tolerantes podríamos ser sobre todo con nuestra propia mente y con las voces que en ella insisten en hacerse escuchar?
Quizás en este punto no vayan a entender ni la mitad de lo que intento decir y para ser sincera no intento decir gran cosa. Sé que finalmente algo estoy diciendo, pero honestamente no sé qué es, me encuentro en piloto automático y al mismo tiempo intento librarme de todos los filtros que he interiorizado....pero qué difícil. Qué difícil es volar luego de no haberlo hecho durante mucho tiempo o quizás nunca. Qué difícil volar a pesar de que la puerta de la jaula se encuentre abierta o de que la jaula ya no exista. Salir de esa zona de confort, dejar atrás aquello que conocemos, aquello a lo que nos hemos acostumbrado por juicio propio o quizás por simple resignación. Qué difícil volvernos agentes de nuestra propia libertad. En el fondo, de alguna u otra forma siento que todos somos prisioneros. Prisioneros de algo, de alguien, de algún lugar o situación. Y al mismo tiempo pasamos el tiempo intentando camuflar lo que somos, afirmándonos en palabras como seres libres, pero en el fondo somos incapaces de volar, hemos aprendido a no usar nuestras alas, a sentir miedo, a autosabotearnos ante el primer impulso espontáneo por alzar vuelo.
Empiezo a darme cuenta en este ejercicio de mirar mis propios vacíos y carencias que tengo frente a mí todas las herramientas para lanzarme a volar y sin embargo, insisto en abrazar mis miedos. ¿Saben qué es lo gracioso? Que aún no puedo ponerle nombre a estos "miedos". ¿Miedo de qué o de quién?
¿Del tiempo? ¿Del pasado, del futuro, del presente? ¿De la soledad? ¿De sentirme sola estando efectivamente sola o de sentirme sola estando rodeada de rostros que no termino de reconocer? ¿De sentirme vacía? ¿Y es que acaso es posible llenarse con algo en tiempos como estos?
Siento que solo me lleno de preguntas, de dudas, de temores; y con ello siento el peso encima de una serie de asuntos por resolver sin tener clave alguna de cómo resolverlos.
Pienso en mi pasado y al mismo tiempo veo cómo este jala mi presente e insiste en permanecer aún en mi futuro. Disculpen... no es que él insista como si yo fuera un ser inmóvil, soy yo la que insiste en no soltar.
Mierda. Sí, mierda. Más difícil de lo que esperaba.
Estuve muy llena de discursos y de conceptos, pero jamás me di un tiempo para ver más allá, para mirarme a los ojos y ver lo que soy. Y es aquí cuando me golpeo a mí misma con el látigo de la culpa y encuentro súper complicado todo ese camino de amarme tal y como soy. ¿Cómo hacerlo si no logro definir lo que soy?
Soy un ser lleno de sentimientos a flor de piel, soy un ser aturdido y perdido, soy una niña que solo quiere refugiarse en algún lugar calientito donde nadie me perturbe, soy solo una mochila llena de miedos y al mismo tiempo de posibilidades de vencer los mismos. Cargo en mi espalda las armas con las cuales podría destruirme a mí misma pero al mismo tiempo una serie de herramientas y medicamentos con los que podría curar de mí y volver a comenzar.
Al parecer todo se reduce a nosotros. Todo se reduce a lo que somos capaces de decidir por nosotros mismos, a cuán capaces podríamos ser de alcanzar un equilibrio entre nuestra mente y nuestro corazón.
¿Cómo obtener la fuerza para decir lo que hace algún tiempo mi corazón intuye? ¿Cómo obtener la fuerza para soltar aquello que fue mi vicio pero que ahora no me llena más? ¿Cómo aceptar que todo aquello murió sin que yo me diera cuenta? ¿Cómo salir del luto y finalmente abrirse a construir un camino diferente de aquel que yo dibujé en mi mente pero que nunca tuve la oportunidad de recorrer en su totalidad porque la vida me tenía preparado algo distinto?
Aceptar y soltar. Dos cosas que implican aprender a dialogar con uno mismo. Y es que somos sordos por elección en cierto sentido. Escogemos no oírnos, escogemos ignorar nuestra propia voz, escogemos rodearnos de rostros que nos resultarán siempre desconocidos en vez de rodearnos de nosotros mismos. Cuánto miedo sentimos ¿verdad? Creo que en este punto encuentro una primera clave sobre aquello que nos da miedo.
Tenemos miedo de nosotros mismos.