Me trago mis palabras y la frustración me abraza.
El silencio y la distancia en la misma casa.
La cama que se enfría,
los restos de corazón que me quedan,
mientras me deslizo entre mis pesadillas.
Son las 3am y tus ronquidos vacíos son lo único que me acompañan.
Y las mil preguntas que jamás te haré.
Porque quizás es así como tendría que ser.
Porque quizás no se puede realmente ser más feliz.
A veces me pesco a mí misma soñando de nuestros primeros días,
de la ilusión, la tensión sexual y la incertitud.
De la esperanza de un futuro contigo,
de la inocencia de creértelo todo,
de quererlo todo contigo.
Y el tiempo pasa.
Te confieso que a veces siento que se nos acaba.
Pero te veo tan convencido,
y, al mismo tiempo, tan lleno de contradicciones.
Y yo solo bajo la cabeza y reposo mis manos sobre mi falda.
Conteniendo las lágrimas,
conteniendo los gritos,
conteniendo estas ganas de rasguñarlo todo y de echarme a correr.
Y no digo nada,
y no hago absolutamente nada.
Porque me sé de memoria cada desenlace,
porque estoy harta de sentirme un monstruo a tu lado
porque estoy cansada de odiarme cada día un poco más.
Y solo nos queda este armisticio,
aparentar que todo está bien,
defender este silencio.
Porque todo ese ruido solo nos ha alejado,
porque todo ese ruido solo nos ha golpeado.
Y aquí estamos, al borde de todo y de nada,
jugando el juego, tu juego.
Y yo, tan confundida,
sin saber si, quizás, algún día
podría tener más,
sin saber si lo merezco.