Un llanto anticipado con la
esperanza de que duela menos. Voy preparando mis maletas, tengo un boleto sin
destino fijo, sin fecha de vuelta. Son las 3 de la mañana y las pastillas no me
ayudan a dormir. Me paseo descalza en aquel que llamábamos nuestro hogar, donde
yacen nuestras fotos, las cartas y los besos que nos dimos de más. En ese
salón donde ahora solo quedamos mi ansiedad y yo. Y esa taza de té que jamás
terminaré de beber.
A veces, cuando nadie me ve, me
descubro estrujando tu almohada, oliéndola intensamente, a ver si encuentro un
poco de ti, de tu aroma, de tu recuerdo, de aquel amor caliente y dulce de
domingo al despertar.
Te me fuiste, pero no fue una
sorpresa, yo lo sabía desde hace un tiempo. Por ese entonces te había dejado de
escribir, te había dejado de dibujar en mis sueños. Me andaba preparando, a ver
si así podía doler un poco menos. El luto me invadió por adelantado. Y, sin
embargo, dolió incluso mucho más. Inocente, tonta, me decía a mí misma por qué
no me fui antes, antes de sentir todo esto por ti, antes de hacernos las
promesas que nos hicimos, antes de permitirme soñar un futuro juntos, antes de
que tu cuerpo se me vuelva una necesidad primaria, antes de que tu voz se
vuelva mi única orientación para sobrevivir en este mundo.
No quiero hablar de ti, pero se
me sale por los poros. Mi nostalgia gana la batalla. Amar-te resulto más difícil
de lo que pensaba. Me siento desarmada, me siento des-amada.