domingo, 28 de junio de 2015

Sin etiquetas

Cuando dejé de creer en ti, dolió menos. Nudos que se deshacen e ideas que contornean el horizonte. Fui capaz de atrapar las puestas del sol entre mis manos. Hilos de aire escapándose de mis dedos, deslizándose por mis huellas, tejiendo telarañas indestructibles, laberintos obsesivos y cubiertos de secretos, de un tú y yo que no existió. Aquel día se desvanecieron los calendarios y tu aroma dejó de resultarme conocido y descifrable. Olvidé el placer de saborear tu boca y jugar con tu lengua, se me agotaron las ganas de treparme sobre tu espalda y descubrir las constelaciones de lunares en tu anatomía. Aquel día murió algo en mí y el luto fue silencioso. Dejé que mi dolor se ahogara en la decepción acumulada, y que el tiempo hiciera lo suyo… me llevara consigo. No habría más por hacer. Forzar que el destino calzara con mi voluntad y mis deseos era imposible, utopía que resplandecía por momentos, falacia irresuelta, lógica contrariada.
 La niña dejó de jugar, de comer pastelillos de madrugada y de oler los crayones a escondidas con el vergonzoso placer que ello le generaba. La niña despertó y se adelantó al alba para, de puntillas, huir de aquella habitación donde tiempo atrás escondió flores que prometían no marchitarse pero que hoy morían repentinamente.
Cuando abrió aquella puerta el viento acarició su rostro y la abrazó con fuerza. El viento la recogió y la elevó y de los poros de su piel se desprendió aquella energía que tiempo atrás la había estado consumiendo, vibraciones que hoy se detenían, que hoy la dejaban continuar su paso por un camino distinto y que le permitían hacerlo sola, pero esta vez ya no tenía miedo, había aprendido que la vida daba esos giros para hacerla crecer, que la dinámica tomaba esa forma y que tragarse el dolor y el llanto solo haría que sus fantasmas la devoraran por dentro, debía exorcizar sus demonios, sus temores, sus ansiedades y frustraciones, debía lanzarse a ciegas y confiada en que allá abajo no habría nadie que la esperara o la salvara, que antes de tocar el suelo, debía despegar.


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