La rueda seguía girando y yo aquí traicionándome de nuevo. Porque la adrenalina se me había vuelto miedo y este se transformó en ansiedad. Esa que no solo te estruja los huesos, sino que te los rompe y te deja paralizada y gritando de dolor. Y la rueda seguía girando y yo sintiéndome un conejillo de indias. Giraba y giraba y nadie me escuchaba pedir auxilio. La gente anda muy ocupada. Entre los planes, los proyectos, los imperativos, nadie tiene tiempo para "cursilerías". La rueda seguía girando y yo estaba más sola que siempre. Muy sola. Y mi mente daba vueltas también. Mi mente me mostraba una y otra vez fotográficamente las veces en que pude hacerlo mejor. Las veces en que pude ser todo lo que no fui, decir todo lo que no dije, amar todo lo que no amé. Pero era muy tarde porque la rueda seguía girando y yo ahí con el corazón hecho trizas no sabía cómo detenerme, no sabía qué botón pulsar para acabar con todo. Y tenía tantas ganas. Y a veces me preguntaba si realmente no sabía cómo parar la rueda. Y a veces me preguntaba si no era uno más de los juegos que mi mente insiste en imponerme. Y la rueda seguía girando. Y yo aquí, hecha un garabato. Dando vueltas y vueltas y vueltas. Deshecha. Y a nadie le importa. Ni siquiera a mí misma. Y la rueda seguía girando. Y ya no sé qué estoy escribiendo.
Cambio y fuera.
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