Solo puedo ver esta escena, logro desincorporarme y salir de mí misma, lo veo todo más claro: unos años más, un estilo diferente, los mismos ojos tristes, la ansiedad que contengo en la taza de café que insisto en beber sola.
Una conversación conmigo misma. Nada nuevo, un poco más de lo de siempre. No sé dónde estoy y mucho menos cómo llegué aquí. Por momentos quiero escapar, quisiera perder por completo la voz, desintegrarme hasta desaparecer mi corporalidad. Quisiera volverme un suspiro del viento, que pasa desapercibido, sin generar efecto, sin sentir efecto alguno.
Giro la cucharita, doy vueltas al ritmo del café, tibio, oscuro, vivo el misterio que aun no logro descifrar, esa pregunta que me invita a buscar qué existe más allá de esta inmensa soledad.
He tratado de convencerme que me haces bien. Repetí noche tras noche cada escena de felicidad, intenté filtrar de ellas las imágenes contrastantes de las lágrimas derramadas. Quería quedarme con lo bueno, quería creer que todo podía ser bueno, quedarme con la locura que me genera tu olor, tus besos, tu pecho. Quería aferrarme a todo eso, a los despertares tranquilos, a lo que ganamos amándonos sin nociones temporales, mandando un poco al diablo todo lo demás. Quería quedarme con las carcajadas y las cosquillas, con tus pies enroscándose con los míos bajo las sábanas buscando un poco de calor. Quería quedarme con los paseos bajo la lluvia de París, las infinitas fotografías de los viajes compartidos, la música que tímidamente te regalé, con tu voz cantando alguna canción de The Kooks y mi corazón enamorándose cada vez más de ti. Quería quedarme con nuestra primera conversación, con nuestro primer baile y la primera vez que salimos a embriagarnos solo los dos. Repetir en mi mente la primera noche que pasamos juntos y aquella mañana posterior sin desayuno, cuando olvidamos sentir verguenza de nuestra desnudez, cuando olvidamos que acabábamos de romper una regla: mostrar mutuamente nuestras almas desnudas, vulnerables en tan poco tiempo. Confié en ti y te entregué mi corazón, mis noches de insomnio, mis dudas, mis temores, mis heridas sin cicatrizar, todo. Me dejé llevar y decidí hacer mi refugio entre tus brazos, decidí aferrarme a ti, me prometí que jamás te perdería, que haría lo imposible por caminar siempre a tu lado. Me permití soñarlo todo a tu lado, soñar aquello que antes consideraba ridículo, decírtelo, hacer planes juntos, tener la seguridad de que no serían simples ilusiones.
Me observo y te busco. Te busco en aquel rincón de mi cama para ver si aun puedo encontrar un poco de ti. Te busco en mis canciones sin melodía, entre las hojas de Rayuela, en mi armario, en la taza de café que sostengo entre mis manos. No te encuentro. ¿Dónde diablos estás?
No quería dejarte ir. No quería dejarnos ir. ¿Por qué te resistes a escuchar? ¿Por qué insistes en culparme una vez más? Dime, corazón. ¿Cuándo dejaste de mirarme con los ojos de antes? ¿Cuándo decidiste creer que era un monstruo? Dame una pista, déjame saber que me estoy equivocando, tómame de nuevo y repítemelo, no sabes cómo duele por dentro, no sabes cómo duele darme cuenta que no soy lo que tu creías, que no soy lo buena que decías que era. ¿No lo soy?
No hay comentarios:
Publicar un comentario