Para qué gritar si ya no me escuchas. No es el tiempo, no son los kilómetros, es el frío que se hospeda en tu corazón. No me escuchas porque la vanidad entra de vez en cuando a jugar con tu mente, con tus sentidos y no lo notas pero hace tiempo que mi alma te recita cartas de despedida.
Para qué amar si no sabes recibir. Te entrego el corazón sostenido en mis dos manos entrelazadas y no estás del otro lado de la puerta cuando te llamo. No estás y no sé dónde buscarte, no sé si quiero encontrarte.
Para qué sonreír si espontáneamente serás capaz de robarme aquella sonrisa. Me acostumbro a ver deslizarse sobre mi rostro mil lágrimas negras. Lluvia oscura de recuerdos, lluvia oscura de nostalgia. Me trago todo con rabia, con rencor, con decepción. ¿Dónde mierda escondiste ese poquito de esperanza?
Para qué respirar si ese aire tuyo ya no me corresponde, lo siento contaminado, te siento ajeno, te siento extraño. Tengo los ojos cansados, los labios deshidratados y sobre mis rodillas los rastros de un sueño que construí sola pero que no pude ver.
Para qué explicarlo si frente a ti siempre seré una criminal, oveja negra que altera tu camino, hechizo cruel, vicio por vencer. Siento tus dedos sobre mi frente, dibujas montañas para escalar sobre ellas, un continente entero, un mar innavegable, siento la sangre derramarse sobre mí, la culpa, el juicio donde no se me permite argumentar.
Para qué intentar si sé que se avecina un final. El tiempo pudo más.
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