Rasgando mi piel, mis uñas se incrustan sobre mis lunares, quiero sumergirme en ellos, cual agujeros negros, túneles que me conduzcan a un mundo paralelo, a un lugar donde pueda apoyar la cabeza, descansar.
Caen mis cabellos, uno por uno, me envuelvo con ellos, trato de camuflar un poco mi cuerpo desnudo, de creer que así es posible abrigarme el alma. Trato de dibujar con ellos caminos sobre los cuales andar, intento construir mapas y ciudades donde refugiarme, inventarme viajes que aun no emprendo, alimentar la esperanza y que así esta me regale un poco de energía, aquella energía que a veces falta para vivir bien.
No logro brindar alguna explicación, estoy cansada de responder, no tengo más argumentos, no tengo más justificaciones. No tengo nada que decir, tengo la boca, la mente, el cuerpo vacíos...Tengo mi mundo entero vacío. Estoy vacía y tan solo escucho los ecos del viento que se mece al entrar y salir de la habitación. Transiciones sin rumbo, procesos que parecen no tener final. Punto indefinido e incierto sobre el cual comienzo a dar vueltas, giro, giro, siento la locura encima de mí, siento la ansiedad, siento el miedo, siento la soledad.
Grito pero he perdido la voz. Grito pero nadie me escucha, no puedo escuchar a los demás. No hay nadie aqui adentro, no hay nadie allá afuera.
Se caen los higos del árbol. Piso las hojas secas por puro placer. Crac, crac, crac. Me arrastro y huelo el césped, me revuelvo en el lodo y comienza a llover. Llueve y no ya no siento cuando lloro. La lluvia se mezcla con mis lágrimas. Aguita salada que mi lengua de rato en rato insiste en probar.
Un golpe en el corazón. Una nueva cicatriz. Tengo las rodillas sucias, los pies descalzos, las manos vacías. Camino perdida y así voy perdiendo caminos. Voy perdiéndolo todo, ya no tengo nada más que dar.
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