lunes, 13 de julio de 2015

Astromelia


La flor se escondió en la sombra, se hizo pequeña y se acurrucó en las gotas de lluvia que salpicaban del tejado. Anoche el cielo exigía una explicación, laberintos y acertijos se tejieron entre las nubes, pero respuesta nunca halló.
Se enfermó el mar, se enfermó la tierra, el universo se alteró por una milésima de segundo que pareció eterna, que fue suficiente para clavar sobre su viente aquellos trozos de cristal que se resquebrajaron con su partida, los cristales azules sobre los cuales el marrón de sus ojos cansados cobraba vida, se volvía arte. 
Tragó, desesperada, el último vaso de saliva de su boca. Saboreó ansiosa aquel amor que sabía que le estaban arrebatando de a pocos, que ya no podía regar. Madrugadas grises, pastillas para dormir, el frío colándose debajo de las sábanas, esa ausencia de ti. El tiempo se invirtió, más lento pasó, verdugo macabro que le recordaba su soledad, la efímera felicidad que le brindó tenerlo a su lado, la falsa promesa del reencuentro. 
Perdió la voz y gritó en silencio, pidió auxilio llamando su nombre, pero no la escuchó. Estiró los brazos intentando sostener un poco de aire, abrió la boca para degustar la nada, aquella sensación vacía que le dejaron sus manos tocando su sexo, la rutina de no tenerse, la rutina de ya no quererse.
La pena, la pobreza, la miseria. Dio vueltas sobre su cama tratando de encontrarlo, tratando de descubrirlo quizás por algún rinconcito de su habitación. Abrió y cerró los ojos, trató de devorarse esa realidad que la carcomía de a pocos, por dentro; trato de poner en su sitio las piezas de aquel rompecabezas, pero ellas estaban incompletas y se echó a llorar.
Sus rodillas apretaban su pecho, se abrazó a sí misma y trató de recorrer con sus dedos aquellos lugares de su cuerpo por donde él solía perderse y nada fue igual, nada lo pudo reemplazar, no había remedio para aquella ausencia. 
Cabellos oscuros, piel color canela, florecita de Amancay, ¿ en qué momento te perdiste? ¿En qué momento te destruiste así? Ni el café oscuro pudo brindarle calma, aquel vapor se deslizó sobre su rostro, tocándolo,  pero no logró reemplazar la necesidad de sus caricias, que el tiempo lejos de él le generó. Caprichosa, necia, tenaz, se levantó desnuda y comenzó a golpearse. Maldita seas, niña, maldita seas, terca niña, has hecho del dolor tu vicio y de su boca, tu droga. 
Pero él es veneno y tú no quieres entenderlo...porque también fue música, la más triste y confusa melodía y también la más exquisita. Él fue hijo del cruel destino, hojitas de otoño que no terminaron de caer, fue miel sobre pomelo, fue caminatas desorientadas en la playa. Él fue alimento para tu vida, fue amanecer con sabor a mar, fue pesadilla de noche y abrazo de consuelo al despertar. Él fue templo, carne, dios. Fue tu fe, tus miedos, tu pasión, tu enfermedad. Él fue razón, mentira, pena, dolor. Él fue, sobre todo, amor. Y tu cuerpo ya no lo siente... pero sí tu corazón.


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